Henry Fawcet
HENRY FAWCET: EL ENIGMA DE LA DESAPARICIÓN DEL VERDADERO “INDIANA JONES”
La epopeya de un coronel inglés en las selvas de Brasil en búsqueda de una ciudad perdida de los atlantes quedó como un mito del siglo XX. Ahora, Nuevo Horizonte desvela la verdadera historia de la desaparición de Fawcett - el inspirador de Indiana Jones - y de sus objetivos espirituales y terrenales. Por: Pablo Villarrubia Mauso
El nombre “Mato Grosso” suena, para los buenos conocedores de misterios, como uno de los espacios geográficos más intrigantes de todo el planeta. Allí, en Brasil, en 1925, desapareció en extrañas circunstancias, un hombre - ahora casi un mito - llamado Percy Harrison Fawcett. Algunos creen haber inspirado a Steven Spilberg en la creación del personaje Indiana Jones. La cuarta película de la serie debería ser basado en la vida de este personaje. Además, sus aventuras también influenciaron a escritores como Arthur Conan Doyle, célebre autor de las novelas de Sherlock Holmes, como en la obra “El Mundo Perdido”.
Fawcett era un teniente-coronel de la Real Artillería de Su Majestad, la reina de Inglaterra cuya vida estuvo siempre salpicada de aventuras, dedicada a explorar los rincones ocultos de Asia y de Sudamérica.
Junto con su hijo Jack y un amigo de este, Raleigh Rimell (también desaparecidos), Fawcett deambuló por el corazón de Brasil en busca de una ciudad perdida que él relacionaba con los atlantes. Hasta hoy el conocido periódico londinense “The Times” ofrece un premio a aquellos que presten informaciones confiables sobre el destino del explorador.
Fawcett ya había buscado- aparentemente sin éxito - la ciudad perdida en el estado de Bahia y, muy empecinado y testarudo, cambió el rumbo de sus pesquisas y exploraciones hacia el Mato Grosso en función de algunas revelaciones interpretadas por un medium.
Los detractores de Fawcett y de sus aventuras le acusaban de ser un “místico”, “visionario” y “soñador”. Según su único hijo que sobrevivió, Brian, su padre era “…un explorador - un hombre de espíritu inquiridor, cuya sed de conocimientos le llevó a explorar varios caminos. Místico o no, sus trabajos como geógrafo fueron reconocidos por científicos e incorporados a los mapas oficiales. Pero, lo místico y soñador se disolvían, integrándose en la esencia del explorador, arqueólogo y etnólogo cuando él se ponía en rumbo…”, escribía Brian en su defensa en “Exploration Fawcett”, un libro que escribió a partir de las anotaciones del padre quince años después de su desaparición.
La estatuilla atlante
Fawcett era gran amigo del escritor H. Rider Haggard (autor de las novelas “La Minas del rey Salomón” y “Ella”) que regaló al explorador un estatuilla de basalto negro que representaba, supuestamente, un sacerdote con un tocado de estilo egipcio sujetando entre las manos una tabla con algunas inscripciones. Amén, Haggard afirmó que tal estatua, de unos 25 centímetros de altura, procedía de Brasil. Más tarde Fawcett pudo averiguar que de los 24 símbolos de la estatua, 14 se hallaban en piezas de cerámica prehistóricas procedentes de los más variados espacios geográficos de Brasil.
En el libro “Exploration Fawcett” surge este comentario: “Esta imagen de piedra posee una propiedad particular, sentida por quien la tenga entre las manos. Es como si un calambre eléctrico se nos subiera por el brazo, tan fuerte que ciertas personas sueltan bruscamente la estatuilla”.
Fawcett, con ayuda de un paragnosta, procedió a un análisis de las propiedades psicométricas del ídolo que así las definió: “Se basa (la psicometría) en la teoría de que todo objeto material preserva en sí mismo el registro de sus vicisitudes físicas y que, tal registro, permanece al alcance de personas que sean lo suficientemente sensibles para sincronizarse con las respectivas vibraciones”.
Sujetando la estatua de basalto, el psicometrista pudo ver la destrucción de Atlántida y la fuga de algunos supervivientes hacia la ciudad perdida que buscaba Fawcett, en la región central de Brasil. Según estas visiones, los habitantes, en su mayoría, murieron ahogados o fueron victimados por los terremotos y furia volcánica. El psicometrista se refería a muchos templos en la región. En algunos, sobre los altares, se exhibía un “gran ojo”.
Una de las escenas captadas por el paragnosta era la de un sacerdote atlante entregando el ídolo - el mismo que poseía Fawcett - a otro sacerdote que durante la hecatombe logra huir de la capital de Atlántida hacía tierras más seguras. Un detalle: el rostro del ídolo era exactamente igual al del sacerdote que aparentemente falleció en Atlántida.
El paragnosta aún pudo oír una voz, quizás de uno de los sacerdotes que decía: “El juicio de Atlántida será el destino de todos los pretenden asumir el poder divino” y termina el relato de sus visiones contándole a Fawcett que “…no puedo precisar la fecha de la catástrofe, pero ella tuvo lugar mucho antes del surgimiento del Egipto y fue olvidada, excepto, tal vez en los mitos”. Y remata con una advertencia: ” he lo importante de esta estatuilla: ella es maléfica a los que la posean y a los que no le tengan afinidad; puedo asegurar que es muy peligroso mofarse de ella…”
La enigmática estatuilla acompañó el explorador en su último y fatídico viaje a Mato Grosso y junto con él desapareció. Brian contó que en 1952 había oído hablar que en Cuiabá se puso en venta una figura de piedra semejante a la que tenía el padre.¿ Sería la misma estatua de Fawcett ? O, como dijo el periodista Antonio Callado en un artículo publicado en la desaparecida revista “Realidade”, la estatuilla estaría “en el fondo de algún río de la cuenca del Xingú, hasta hoy emitiendo pulsaciones psicométricas, su forma patética de pedir que la restituyan a algún altar de Atlántida”.
Ultima carta
En enero de 1925 Fawcett llegó a Brasil con su hijo Jack y el amigo de este, Raleigh Rimell. Los dos muchachos tenían unos 25 anos y el teniente-coronel 57. En marzo, salieron de Cuiabá, caminando, rumbo a Bacairi, un campamento del Serviço de Proteção ao Indio, un órgano federal de presunta protección a los indígenas.
Según una carta de Jack, los expedicionarios se habían equivocado de camino por tres veces y Raleigh estaba con uno de los pies malherido a causa de las infecciones provocadas por picaduras de voraces garrapatas. Pernoctaron en la hacienda de un tal Hermenegildo Galvão y, cinco días después alcanzaron el campamento Bacairi que estaba vacío.
En poco tiempo surgieron algunos indios Meinaco que fueron fotografiados por los expedicionarios para la North American Newspaper, una gran corporación que agregaba varios periódicos y que financió a cambio de noticias exclusivas la expedición del coronel británico.
El 29 de mayo de 1925 les llega a la familia la última carta de Fawcett, escrita en el “Campo do Cavalo Morto”, un nombre ficticio para, presuntamente, despistar los que también quisieran buscar la ciudad perdida. A partir de ahí se internarían en la tupidísima selva para nunca más regresar.
Según Brian Fawcett, el padre habría encontrado la “ciudad Z” pero, sus habitantes, no le permitieron volver a la civilización. El hijo se basaba en la última carta que envió, en la cual mencionaba a un nativo le describió una ciudad perdida en la selva, donde existían varios edificios de piedra y, en lo alto de uno se hallaba una gran cristal que reflejaba la luz del sol a modo de espejo hacia el interior de la construcción.
En busca de “Indiana Jones”
En 1927 un francés, Roger Courteville que viajaba por el estado de Minas Gerais informó a las autoridades que había visto un hombre enfermo, medio enloquecido que dijo llamarse Fawcett. Pero la falta de más detalles y muchas incoherencias desacreditaron la historia del francés.
En 1928 los norteamericanos organizaron una expedición multitudinaria, al estilo de Hollywood, capitaneada por George M. Dyott. El rotundo fracaso de la expedición quedó reflejado en el lacónico comunicado de Dyott de que Fawcett había muerto sin dar más explicaciones.
En 1930 el periodista yanqui Albert de Winton se aventuró por el Mato Grosso para buscar al teniente-coronel inglés y nunca más volvió a la civilización, lo mismo que el suizo Stefan Rattin quien había afirmado que lo había visto y que había hablado con el mismísimo Fawcett.
Trágico fue el destino de la expedición organizada por el periodista Horacio Fusoni y el cazador suizo Stefan Rattin que antes, en 1932 había encontrado un prisionero blanco en una tribu de Mato Grosso. De la expedición compuesta por siete paraguayos y siete brasileños nunca más se supo nada.
En 1937 una misionera también buscó sin éxito al explorador británico. En ese mismo año y en el siguiente, el explorador Willy Aureli supo, a través de los indígenas Carajás que se refirieron a un jefe blanco entre los Xavantes. Por la misma época, un otro explorador, Henri Vernes, dijo que Fawcett estaba vivo y que era el rey o cacique de una tribu de indios blancos en medio a la selva.
En 1943 el grupo periodístico brasileño “Diários Associados” envió al periodista Edgar Morel al Mato Grosso para seguir el rastro del huidizo Fawcett. En esta ocasión Morel encontró a un niño indígena de tez blanca que supuso ser un hijo o nieto del británico. Al final todo se aclaró y el niño era un indio albino.
El famoso “sertanista” (explorador especializado en contactar indígenas) Orlando Vilas Boas, en abril de 1951, participó de una expedición cuyo objetivo era aclarar de una vez por todas el destino del británico. Cuiuli, uno de los ancianos de la tribu confidenció al “sertanista” como un amigo, Cavucuira había asesinado a los tres extranjeros.
Según este relato, Fawcett habría sido muy poco amigable con Cavucuira al exigirle, sin éxito, que éste le ofreciera porteadores y canoas para seguir viaje. Cavucuira, enojado, armó una emboscada en la que golpeó al teniente-coronel con una piedra en la cabeza. Cuiculi, por su turno mató a Jack y otro indio, cuyo nombre no reveló, se encargó de eliminar a Rimell. Los dos jóvenes murieron ahogados en una laguna, sólo Fawcett fue enterrado por sus asesinos.
Cuiuli llevó a Vilas Boas hasta la laguna, entre el río Kuluene - cerca de la sierra del Roncador - y su afluente, el Tanguro. Con lujo de detalles e viejo indio contó como fueron asesinados los “hombres blancos” y donde se hallaba el cuerpo de Fawcett. En la laguna, de aguas verdosas, Vilas Boas ordenó a sus hombres excavar hasta que encontraron un cráneo y osamentas humanas.
Según cuenta Antonio Callado, los huesos fueron llevados a Londres y Brian Fawcett verificó que la altura del muerto era inferior a la de Fawcett. Además, el Royal Anthropological Institute opinó lo mismo, con estudios más minuciosos. Tampoco pertenecían a los dos jóvenes y hasta hoy no se sabe a quien pertenecían aquellos restos mortales.
La ciudad subterránea
Y ¿ qué ocurrió con Fawcett ? Los místicos han encontrado algunas respuestas. Para los miembros de la Sociedade Teúrgica do Roncador de Brasil, Fawcett vivió durante mucho tiempo en el interior de la tierra, en una ciudad debajo de la Serra do Roncador, donde viven seres con capacidades telepáticas y donde se guardan los famosos archivos Akashicos, es decir, los mismos que contienen la sabiduría espiritual de los grandes maestros de la Tierra.
El fundador de la Sociedade Brasileira de Eubiose (una escisión de la Sociedad Teosófica brasileña), Henrique José de Souza también creía en la existencia de mundos subterráneos en la Serra do Roncador y en otras regiones de Brasil, como en el sur de Minas Gerais.
En 1955 la médium inglesa Geraldine Cummins incorporó al espíritu de Fawcett y escribió en trance lo que le había pasado: había muerto en 1935 tras haber sido capturado por los indígenas y haber padecido de una larga enfermedad.
En el libro “Los Misterios del Amazonas”(Ed. G.P. Barcelona, 1963) su autor, Josue Logan (probablemente un pseudónimo) menciona que la esposa de Fawcett “…sigue recibiendo mensajes telepáticos del marido” y que éste se encontraba en la ciudad perdida con construcciones más bellas que las de Egipto. Muchas fueron las expediciones que intentaron localizar al explorador, como la de Villas-Boas. En junio de 1996 el empresario brasileño James Lynch salió de Cuiabá rumbo a la región del Xingú encontrar vestigios de la expedición Fawcett. Lógicamente que, pasados tantos años, Lynch sólo pudo encontrar las ruidosa serra do Roncador y los indígenas del Xingú.
¿ QUIEN ERA FAWCETT
Fawcett era un avezado explorador de Sudamérica. Nació en 1867, en Torquay, Devonshire (Inglaterra). En 1886, a los 19 años, ya servía a la Real Artillaría Británica y fue enviado a la isla de Ceilán y luego para África, Malta (donde aprendió topografía), Hong Kong, nuevamente Ceilán y Irlanda (en 1906). En Ceilán encontró en la selva una roca con muchos petroglifos que le despertaron el interés por la arqueología. Tales símbolos parecían coincidir con los que aparecían en la famosa crónica de los “bandeirantes” (los conquistadores portugueses y mestizos), el documento de nº 512 que se halla en la biblioteca nacional de Río de Janeiro, una crónica escrita en 1753 y que revelaba la existencia de una “ciudad perdida”.
Fawcett era también experto en técnicas de construcción naval; había patentado la “curva o línea Icthoid” que aumentaba la velocidad de los barcos; en 1906, a los 39 años, el incansable viajero fue invitado por el presidente de la Royal Geographical Society para, a sueldo del gobierno de Bolivia, demarcar las fronteras entre ese país, Perú y Brasil.
El explorador sabía que en Sudamérica, especialmente en Brasil, yacían aún escondidas ciudades precolombinas en medio a las tupidas selvas. Durante sus viajes por el continente había oído hablar de indios rubios, de ojos azules. Después del intento aparentemente frustrado de encontrar la ciudad perdida en Bahia (1920/1921) decidió buscarla en lo que llamó punto “Z” entre los ríos São Francisco y Xingú donde desapareció para nunca más volver.
LA CIUDAD PERDIDA DE BAHIA
En 1921, Fawcett conoció en Río de Janeiro al ex-cónsul británico, el coronel O’Sullian Beare, que le reveló haber llegado en 1913, con la ayuda de un guía mestizo, a una antigua ciudad en el estado de Bahia. Allí vio una columna negra en medio de una plaza, encimada por una estatua, tal como la descripción del documento 512 escrito por los bandeirantes.
Fawcett emprendió su marcha entre la región de río de Contas y Pardos donde escuchó relatos de campesinos que, perdidos, encontraron una ciudad de piedra con estatuas y un enmarañamiento de calles. Los indios aimorés y botocudos le hablaron sobre la existencia de “aldeas de fuego”, una ciudad con tejados de oro, semejante a las descripciones de El Dorado y de las Siete Ciudades de Cíbola.
El autor de este reportaje pudo seguir los pasos de Fawcett llegando a la villa de Lençóis, un importante enclave de buscadores de riquezas. Allí el teniente-coronel recaló con sus dos mulas y compró provisiones para seguir el viaje en solitario. Algunos investigadores creen que el testarudo anglo-sajón logró llegar a su destino además de localizar unas importantes minas de plata, pero prefirió callarse y buscar otra ruinas en Mato Grosso.
Tal vez tengan razón. En São Paulo conocí a un explorador alemán, Heinz Budweg que me aseguró que las ruinas de la ciudad perdida se situaban en el poblado de Iguatú, no muy lejos de Lençóis. El 20 de julio de 1997 logré llegar a la ciudad perdida, donde encontré murallas ciclópeas, algunas con bloques de más de 1,50 metros de longitud. Entre las ruinas viven menos de 200 descendientes de los esclavos y buscadores de oro y diamantes que allí acudieron el siglo pasado.
”La ciudad fue construida por los vikingos, hacia el año 1000 de nuestra era. Dejaron un sistema complejo de alcantarillado que, según los libros de historia, jamás habría existido en Brasil hasta finales del siglo pasado. También encontré varias inscripciones rúnicas en la entrada de una mina. Toda la meseta está plagada de senderos, los “peabirús” usados por vikingos e incas para comunicarse con América andina”, me reveló Heinz Budweg.
El lingüista y explorador Luis Caldas Tibiriçá, compañero de expediciones con Budweg presenta otra hipótesis. “Los indios brasileños jamás hicieron casas de piedra. Algunos edificios se asemejan a los de la Edad Media de Etiopía. Las inscripciones que se encontraron podrían ser del idioma gueez de los etíopes, los mismos que hablaban en sus antiguas crónicas de tierras lejanas a las que llegaron en sus embarcaciones”, aseveró a Año Cero en Sao Paulo el explorador ahora septuagenario, cuya edad aún no le impide seguir moviéndose a lo largo y ancho de la geografía nacional.
Tibiriçá añade que los buscadores de riquezas aprovecharon las antiguas construcciones para hacer sus viviendas, usando los cimientos de las anteriores o modificando algunas paredes, hecho que se observa en la diferencia que hay entre las dos arquitecturas: una ciclópea y otra de estilo colonial, con piedras de menor tamaño.